Tomo I. Introducción:
teoría – directorio – preparación
V. La oración de los Ejercicios
6.a, 7.a, 8.a
Tres maneras de orar – En la
definición que San Ignacio da de los Ejercicios en la primera de las
anotaciones, distingue entre “meditar, contemplar y orar vocal y mentalmente”
[1]. La manera de saber juntar la oración mental con la vocal la enseña en
los “tres modos de orar” que pone al final de la cuarta semana después de la
“contemplación para alcanzar amor” [238-260]. En los tres la materia de
meditación son las oraciones del catecismo, o alguna de las oraciones
litúrgicas, y en torno de ellas gira todo el trabajo mental. Este difiere
mucho en cada uno de los tres modos de orar.
El primer modo viene a ser una especie de
examen de conciencia instructivo y a la vez agradable, muy conforme con las
partes del catecismo que se toman como materia de oración: mandamientos de la
ley de Dios, pecados capitales, potencias del alma y sentidos corporales.
El trabajo acerca de cada uno de estos
puntos abarca los siguientes actos: a) considerar qué es lo que se manda o
prohibe, en qué está el recto uso o el abuso; b) pensar cómo lo he observado
y en qué ha faltado; c) acusarme de las faltas que hubiere cometido; d) pedir
a Dios perdón de ellas; e) y pedir gracia y ayuda para enmendarme en
adelante. La duración de cada punto es, poco más o menos, el tiempo que se
tarda en rezar tres Padrenuestros y tres Avemarías, según sea poco o mucho lo
que hay que enmendar [238-248].
La ocupación de la mente en el segundo modo
de orar, es entretenerse “contemplando la significación de cada palabra de la
oración” [249] mientras halle en ella “significaciones, comparaciones, gusto
y consolación en consideraciones pertinentes a la tal palabra” [252]. La
oración meditada es una plegaria, v. G. El Padrenuestro, el Avemaría, Anima
Christi, Salve Regina, o un acto de fe, como el Credo [253] y también un acto
de esperanza, de contrición, etc., etc. [249-257].
En el tercero, la materia de la oración son
las oraciones antedichas, pero el trabajo de la mente se reduce a atender,
reparando “principalmente en la significación de la tal palabra, o en la
persona a quien reza, o en la bajeza de sí mismo, o en la diferencia de tanta
alteza a tanta bajeza propia” [258], y todo esto mientras se va rezando lentamente
la oración, a compás del aliento o respiraciones [258-260].
A estos tres modos de orar les da San
Ignacio una forma muy semejante a la de un ejercicio de los ya conocidos,
asignándoles las partes principales de una meditación o contemplación; es a saber:
un equivalente de la segunda adición, oración preparatoria, cuarta adición,
coloquio y plegaria. “Primeramente, dice, se haga el equivalente de la
segunda adición de la 2.a semana, es a saber, antes de entrar en la oración
repose un poco el espíritu asentándose o paseándose, como mejor le parescerá,
considerando adonde voy y a qué, y esta misma adición se hará al principio de
todos modos de orar” [239].
La atención y concentración del
entendimiento no pasa instantáneamente de unas cosas a otras. por tanto, para
que no entre del todo en la oración, es menester que primero sosiegue su
espíritu, para dejar aquello que le tenía ocupado. A ello ayuda el mismo
cambio de postura del cuerpo. Si antes de entrar al trato con Dios,
tuviéramos siempre presente esta adición, nos ahorraríamos muchas
distracciones y seria más completa e intima la comunicación.
Los modos de orar no entran en el cuadro de
las meditaciones y contemplaciones de las semanas, encaminadas todas ellas a
la consecución del fin total y esencial de los Ejercicios; por esta razón no
se les antepone la doble oración o petición preparatoria que precede a
aquellas para pedir a Dios el fruto común de los Ejercicios y el particular
de cada meditación o contemplación, sino que empieza siempre por una oración
sencilla en la que pedimos el fruto que al presente se desea sacar.
Refleja el espíritu de la cuarta adición,
lo que el Santo dice en el segundo modo d e orar: “la persona, de rodillas o
asentado, según la mayor disposición en que se halla y más devoción le
acompaña, teniendo los ojos cerrados o hincados en un lugar sin andar con
ellos variando, diga Pater, etcétera” [252]; y también lo que añade un poco
más abajo: “si la persona que contempla el Pater noster hallare en una
palabra o en dos tan buena materia que pensar y gusto y consolación, no se
cure pasar adelante, aunque se acabe la hora en aquello que halla” [254] y al
siguiente día empiece la contemplación por la palabra que se sigue de la
oración [255].
En el primer modo de orar, una vez terminada
la consideración sobre el mandamiento o pecado, etc., que se meditaba, se
acaba rezando un Padrenuestro o Avemaría [241, 248]; y este interponer
periódicamente una oración vocal, da al examen de las propias faltas el
carácter mixto de oración mental y vocal que ciertamente no tienen los
ordinarios exámenes de conciencia.
En el segundo y en el tercero, la plegaria
viene al fin de la hora, y entonces se dicen “vocal o mentalmente según la
manera acostumbrada” las otras oraciones vocales que no ha habido tiempo de
meditar durante el ejercicio [253, 254, 258].
Respecto del coloquio ordena San Ignacio
para el primer modo de orar, que “después de acabado el discurso ya dicho
sobre todos los mandamientos, acusándome en ellos, y pidiendo gracia y ayuda
para enmendarme adelante, hase de acabar con un coloquio a Dios nuestro Señor
según subiecta materia” [243]. El significado de estas ultimas palabras nos
lo declara el Santo en el coloquio del segundo modo de orar: “Acabada la
oración, en pocas palabras convirtiéndose a la persona a quien ha orado, pida
las virtudes o gracias de las cuales siente tener más necesidad” [257]. En el
tercer modo, no pone San Ignacio coloquio.
Dos palabras sobre el uso de estos tres
modos de orar. Quiere San Ignacio que los que hacen los Ejercicios típicos de
un mes, se ensayen en ellos antes de salir, al fin de la cuarta semana [4].
En los tiempos del Santo, como nos lo refiere el P. Polanco en su Directorio, lo común era dedicarles a los modos de
orar uno do dos días enteros.
Primeramente se recorrían uno por uno los
cuatro ejercicios diferentes que comprende el primer modo; a saber, los
mandamientos, los pecados capitales, las potencias del alma, y los sentidos
corporales, mirando bien lo que es propio de cada una de estas materias.
Después habían de probar también, una o dos veces, el segundo y el tercer
modo, para aprender su practica. El mismo Santo dice, que estos dos modos de
orar se han de continuar hasta haber seguido todas las oraciones.
Para al tercero modo da esta regla: “En el
otro día o en otra hora que quiera orar, diga el Ave María por compás, y las
otras oraciones según que suele, y así conseqüentemente procediendo por las
otras” [259]. Para el segundo esta otra: “La tercera es, que si en una
palabra o dos del Pater noster se detuvo por una hora entera, otro día quando
querrá tornar a la oración, diga la sobredicha palabra o las dos según que
suele; y en la palabra que se sigue inmediatamente comience a contemplar”
[255]; y a continuación añade la siguiente nota: “Es de advertir que acabado
el Pater noster en uno o en muchos días, se ha de hacer lo mismo con el Ave
María y después con las otras oraciones, de forma que por algún tiempo
siempre se exercite en una dellas” [256].
Lo dicho y transcrito le da al ejercitante
la pauta para la oración diaria que ha de hacer durante algún tiempo al salir
del mes de Ejercicios, dedicando una hora a repasar las oraciones vocales de
costumbre siguiendo el segundo modo de orar. Por otro lado parece que San
Ignacio deseaba que el ejercitante continuase la meditación y contemplación
de la vida de Jesucristo hasta acabarla; y ésta tal vez sea la razón por qué
puso a continuación de los tres modos de orar la serie de misterios
reduciéndoles a tres puntos cada uno. Decimos esto, porque así parece
indicarlo la nota suya que se lee en la segunda semana, después del día doce,
sobre alargar o acortar los días y los misterios. Allí da facultad para
hacerlo y enseña el modo cómo debe hacerse, dando por razón “esto es dar una
introducción y modo para después mejor y más cumplidamente contemplar” [162].
Que San Ignacio se preocupe de señalar
materia para la oración diaria al Ejercitante que acaba el mes de Ejercicios,
es la cosa más natural. Saliendo como sale éste de una atmósfera de alta
concentración y recogimiento, cual es la de los Ejercicios, y entrando
después de ellos en el ambiente de la vida ordinaria, frío de sí y agitado,
se encuentra como en estado de convalecencia espiritual y necesita tomar
durante una temporada precauciones especiales para que no se desvanezcan las
buenas disposiciones alcanzadas con tanto esfuerzo en el tiempo de
Ejercicios.
Estas nacieron al calor del trato íntimo
con Dios, y con el mismo se han de conservar y arraigarse. Conviene, pues,
asegurar la buena marcha de las practicas de piedad para después de los
Ejercicios, y dar materia para la oración diaria, que es la principal,
mientras la experiencia no enseñe por qué caminos quiere Dios guiar el alma.
Cuando esto acaezca, la mejor manera de oración será, sin duda alguna,
aquella que el mismo Dios le dicte por medio de sus inspiraciones y
comunicaciones.
Declarado ya el carácter y oficio de los
tres modos de oración en el cuerpo de los Ejercicios típicos de San Ignacio,
digamos brevemente qué lugar ocupan en su aplicación a las diferentes clases
de personas.
Del primer modo de orar dice San Ignacio
que “es más dar forma, modo y exercicios, cómo el ánima se apareje y
aproveche en ellos, y para que la oración sea acepta, que no dar forma ni
modo alguno de orar” [238]; y en consonancia con esto y para las personas que
non pueden hacer los Ejercicios típicos por falta de capacidad natural o por
su poca voluntad, compone unos Ejercicios de primer grado con el primer modo
de orar, según el siguiente plan: “Se puede dar el examen particular, y
después el examen general; juntamente por media hora a la mañana el modo de
orar sobre los mandamientos, pecados mortales, etc., comendándole también la
confesión de sus pecados de ocho en ocho días, y si puede tomar el sacramento
de quince en quince, y si se afecta mejor de ocho en ocho. Esta manera es más
propia para personas más rudas o sin letras, declarándoles cada mandamiento,
y así de los pecados mortales, preceptos de la Iglesia, cinco sentidos,
y obras de misericordia” [18].
Estos eran los Ejercicios che el Santo daba
en Manresa y en Alcalá a las gentes sencillas. Hacia que se comprometiesen a
seguir esta regla de vida por espacio de un mes entero, y para su instrucción
doctrinal les obligaba después a ir a la doctrina que él explicaba
públicamente dos dias a la semana.
Estos Ejercicios aunque en sí sencillos,
proporcionaban una formación espiritual completa y preparaban muy bien a
cuantos los recibían para poder continuar durante toda su vida unas practicas
de vida interior que ya les eran familiares.
La materia que abarca el primer modo de
orar, es decir, la ley de Dios y preceptos de la Iglesia, las causas
internas de los pecados, los desórdenes en todas las potencias interiores y
sentidos exteriores, es un cedazo de mallas bien apretadas que cierne
admirablemente la propia conducta.
La práctica constante de esta clase de
Ejercicios, junto con la luz cada vez más intensa que se pide en la oración
preparatoria para “la inteligencia (de los mandamientos), para mejor
guardarlos y para mayor gloria y alabanza de su divina majestad” [240], hará
que la malla del cedazo se afine cada vez más, con aumentos de pureza
interior y santidad de costumbres.
Semejante modo de orar es indicadísimo para
el día de retiro mensual y difícilmente se hallarán otros exámenes y otras
practicas espirituales que le aventajen.
San Ignacio, sin duda alguna, lleva aquí la
intención de enseñar con estos tres modos de orar, el camino de la oración
mental, ejercicio de la mayor importancia espiritual que debería tener
siempre su lugar señalado entre las obras principales de todo cristiano.
Decía el Santo, que con un poquito de buena voluntad cualquier persona podía hacer oración por
uno de los tres modos expuestos, y en especial por el primero, cuya
estructura ya no puede ser más sencilla.
Del segundo se puede decir, que
difícilmente se hallará manera más cómoda para adiestrar a los hombres en la
meditación y contemplación o para someter el alma a la dirección del Espíritu
Santo tan directamente y tan libre de estorbos humanos. Dios seguramente
tomara a su cuenta y elevara al grado de una oración muy levantada, al alma
dichosa que quiera entrar por este camino, pero con espíritu de humildad, de
simplicidad y recta intención. De este segundo modo de orar, puede decirse
que es la contemplación casera puesta al alcance de todos.
El tercer modo de orar es el segundo, pero
abreviado o simplificado para aquellas personas a quienes las circunstancias
no les permiten tener una hora de oración y solo disponen de un corto tiempo.
Este tercer modo podemos considerarlo como
efecto o como causa del segundo. En el primer caso, si lo sigue una persona
ya versada en el segundo modo, pero que al presente no puede o no quiere dar
tanto tiempo a la oración, este tercero se convierte entonces en una
recitación, rica en buenos pensamientos y afectos santos; algo así como una
repetición o resumen de las anteriores contemplaciones.
Si ocupa el lugar de causa, o sea, si usa
de él una persona acostumbrada al segundo modo, servirá de camino y de muy
buena preparación para alcanzar la manera más perfecta de orar y contemplar.
Por lo demás, toda clase de persona hallarán en este tercer modo un medio
eficacísimo para acostumbrarse a reza atenta y devotamente las oraciones más
usadas en las que hay mayor peligro de caer en la rutina. Con esto, claro es,
no queremos decir que las tales oraciones ordinarias se hayan de rezar
siempre a compás, sino que haciéndolo así de vez en cuando, su rezo será
ciertamente más sentido y devoto.
¿Y quién no ve en este tercer modo de orar,
el método espiritual más excelente para todos aquellos que por obligación han
de cantar diariamente las divinas alabanzas? Lo que aquí enseña San Ignacio,
puede ser sin género de duda el alma del canto litúrgico.
Seguramente hubo de pensar el Santo que la
persona que aprendiese estos modos de orar y se aplicase a practicar alguno
de ellos todos los dias de su vida, por más que por cualquier causa no
subiese a ninguno de los métodos principales de oración enseñados en los
Ejercicios, podía sin embargo llegar a ser persona de oración y de vida
espiritual muy sólida.
No puede menos de causar admiración, el ver
la riqueza y variedad de métodos de oración enseñados por este gran Santo en
tan poca paginas, tan acomodados a toda clase de personas, y todos tan
sólidos y tan aptos para acercarse a Dios nuestro Señor.
Comentario. – Entre todas las formas de
orar, no hay ninguna que haya sido tan minuciosamente explicada por San
Ignacio como los “Tres modo de orar” y por eso es la que menos necesita de
comentario. En otro lugar dimos ya de ellos la explicación que non pareció
conveniente y a ella remitimos al lector.
La atenta lectura del texto y su práctica
son el mejor comentario que puede hacerse, y no cabe duda alguna de que San
Ignacio de la práctica sacó la teoría. Todo el secreto pera saber
practicarlos como es debido está, en emplearlos cuando el alma se halla en
las disposiciones que pide cada uno de ellos. Son modos de orar muy
diferentes entre sí y piden naturalmente disposiciones también diversas; pero
cuáles hayan de ser las que cada persona debe tener, nada ni nadie se lo dirá
más claramente que la experiencia personal.
Hechas las anteriores observaciones, sólo
nos resta responder a la pregunta del por qué ponemos los “Tres modos de
orar” como documento de la cuarta semana. Y contestamos así: en primer lugar
porque el libro de los Ejercicios los pone a continuación de la
“Contemplación para alcanzar amor”. Y en segundo porque en la anotación
cuarta dice San Ignacio, que a la cuarta semana pertenecen “la resurrección y
ascensión, poniendo tres modos de orar” [4].
Pero no vaya a entenderse por esto que sólo
en ella se puedan o deban usar; pues hablando San Ignacio del que por defecto
natural o por falta de generosidad con Dios no es apto para hacer los
Ejercicios completos, dice que se le entretenga algunos dias enseñándole la
manera de hacer el examen particular y haciendo que practique el primer modo
de orar por espacio de media hora, etc. [18].
Hay que concluir, pues, diciendo que el
intento y propósito de San Ignacio es, que los “Tres modos de orar” se
expliquen en la cuarta semana como en su lugar propio, sobre todo cuando se
dan los Ejercicios completos, pero que esto no quiere decir que en todo o en
parte no se puedan y deban explicar antes, si se juzga más conveniente para
el Ejercitante.
Y de hecho no pocas veces será conveniente
adelantar la explicación y la práctica, mayormente cuando se trate de
personas que tienen sujeto para hacer todos los Ejercicios y no están todavía
en las disposiciones exigidas por San Ignacio para comenzarlos [5,20]. En
este caso la Preparación
tiene una importancia extraordinaria, y uno de los medios más aptos que puede
emplearse para acostumbrar el alma al examen y a la oración. En sin duda
alguna la practica de los “Tres modos de orar”, que no son otra cosa que
exámenes y fáciles maneras de orar.
Cuando no haya buena coyuntura para
explicarlos durante los Ejercicios, hágase al final, tomándolos como medios
de perseverancia; y también, principalmente el segundo y tercer modo, como
camino, llano para pasar de la oración vocal a la contemplación; lo cual
cuadra admirablemente con la cuarta semana.
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